Midiendo
con goteros
lo que aún me quedaba
de la sangre tenaz de la alegría,
se me pasó la noche.
Mientras la roja fiebre
trazaba su derrota
de pesados aceites y derivas,
yo me di a la congoja del que espera
ver su barco encallar.
Pasó la noche en pos de un rumbo oscuro,
y en la misma agonía,
en la intemperie alzada como un último techo,
fue buscándome el alba al fin la herida
para ofrecerme fiel su blanca venda
toda limpia de luz samaritana.
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Venenos y remedios
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Vicente Gallego





